8 ago 2014

EL PESCADOR

El otro día tuve la oportunidad de mantener una interesante conversación con un pescador gaditano. Cuánta sabiduría hay en la gente del pueblo, en esa gente anónima que está aguantando como puede este chaparrón, convertido ya en diluvio, llamado por los políticos “Crisis” y al que nosotros (el pescador y yo) convinimos en llamar “Estafa”. 
Aquel pescador me estuvo explicando cómo era su trabajo, tenía un barquito y salía al mar con sus compañeros a buscarse la vida. Antes que él lo hizo su padre, y también su abuelo. El mar es bellísimo cuando se ve desde la orilla o navegando por placer, pero cuando se tiene que trabajar en un barco, el mar puede ser muy duro, y este hombre daba fe de ello. 
Hablando surgieron diversos temas, desde el futbolístico (el hombre es cadista por los cuatro costados), hasta el conflicto con Gibraltar. En su opinión, los políticos, sobre todo los de la derecha española, suelen utilizar a Gibraltar como maniobra de distracción ante los verdaderos problemas que atañen a los españoles. A pesar de que el gobierno de la roca, pueda perjudicar a los pescadores andaluces, este buen hombre dijo una frase que refleja su manera de ser: “Gibraltar debería ser lo que quieran los gibraltareños, y no lo que decidan desde los despachos de Madrid o Londres”. Ante esto, cada cual tendrá su opinión, tan respetable, seguro, como la de este humilde pescador. Además, me ponía un ejemplo: “Tú ves a toda esa gente que van diciendo eso tan manido y manipulado del “Gibraltar español”, pues a esos no los verás protestar por los desahucios, ni en las manifestaciones de las mareas de indignados”. 
Luego hablamos también de los sobres de Bárcenas y de toda esa corrupción que se va destapando en las élites del poder. “A la clase obrera nos tienen apretándonos cada vez más el cinturón y toda esa gente mangando dinero y llevándoselo a sus cuentas en paraísos fiscales. No hay derecho”. Mientras aquel pescador me estaba contando sus cosas, iba dándole vueltas a un pequeño llavero con un ancla en su extremo. Decía que era como una especie de amuleto. Dentro del barco también había otro “amuleto”, una estatuilla de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. “Yo no soy muy creyente, pero por si acaso”, me dijo con una sonrisa en los labios. 

Miguel Ángel Rincón Peña