10 oct 2013

IRENE Y JUAN

Hace algunas semanas tuve el inmenso placer de conversar con una anciana arcense que me contó una historia de esas que cuentan “los abuelos”. Su nieto contactó conmigo por Twitter (@mrinconp) y me preguntó si quería hablar con su abuela y escribir sobre ella. 
Allá que fui, pues nuestros mayores son la mejor enciclopedia que podamos tener, y una vez más corroboré esa teoría. Entré por la puerta de una vivienda sencilla y humilde, y allí me estaban esperando con la merienda en la mesa. La mujer me pidió que si escribía algo no pusiera nombres, así que me los he inventado respetando su decisión. 
Irene, tenía por aquel entonces 17 años y Juan 21. Ella era aprendiz de costurera y él se dedicaba a la albañilería y al campo. Se enamoraron tanto que el casamiento tardó pocos años en llegar. Eran tiempos duros, muy duros, pero con lo que Juan ganaba podían “ir tirando”. Fueron felices, hasta que aquel verano de 1936 llegó oliendo a pólvora. Los militares se levantaron contra la República y empezó la guerra. Juan, que era afiliado a la CNT estaba en “la lista negra”. Cuando llegó el otoño, Irene ya estaba tejiéndose su primer vestido negro. A Juan lo apresaron los nacionales y le dieron el paseíllo junto a otros muchos compañeros. En cuanto Irene fue a preguntar a la comandancia la metieron en una de las celdas. Según recuerda, la cárcel estaba llena. La interrogaron, pero nada pudo decir, pues nada sabía por más que le dieran a probar el aceite de ricino. Cuando se cansaron de preguntarle la pelaron y la mandaron a su casa. Para esas fechas, Irene ya estaba embarazada de casi 4 meses. 
Pasó el tiempo, que casi todo lo cura, y con la ayuda de sus padres, esta valiente mujer logró salir adelante y criar a su hijo, “con muchas fatiguitas”, como dice ella. De su marido Juan poco más se supo. Un falangista, años después de acabar la guerra, le dijo que había huido a Francia, pero ella sabe que eso no es cierto, y está convencida de que sus huesos están enterrados en alguna fosa común. En el pueblo había oído rumores de que a aquellos “rojos” los fusilaron en la “Cuesta de la Escalera”. 
Irene, a su edad, recuerda con detalle lo que sucedió en los años de la guerra y el hambre. Yo desde aquí les mando un abrazo a todas las “Irenes” que aun viven y las animo a que cuenten sus historias, que la memoria no se pierda, porque olvidar, como ya sabemos, es siempre repetir. 

Miguel Ángel Rincón Peña



ACEITE DE RICINO

Ella también tuvo sus veinte años,
piel como la seda y unos ojos
grandes y negros como azabache.

De día trabajaba en la costura,
de noche, soñaba con playas,
con ciudades quiméricas…

Conoció a un muchacho gallardo,
y con él, llegó el amor, las risas,
los besos a escondidas en los portales.

Por el día, Irene cosía vestidos,
Juan curtía su piel de sol a sol
y por la noche se soñaban juntos.

El verano del 36 llegó oliendo a pólvora.
El joven obrero partió a la guerra
dispuesto a luchar contra los yugos.

En otoño, Irene se tejió un vestido negro
-como sus ojos, como el azabache-
que duraría toda una vida.

Rapada, afligida, despojada
y con una nueva vida en su interior,
purgaba su pena con aceite de ricino.

Y pasaron los años, e Irene seguía soñando
con sus playas, con sus ciudades inalcanzables
y con su Juan, perdido en alguna fosa común.

Miguel Ángel Rincón Peña