4 abr 2013

FEÉRICOS #13

Antes de entrar a la habitación, la enfermera me comentó que el paciente no hablaba desde que fue ingresado, y que dada la agresividad que mostraba habían decidido sedarlo. El celador que custodiaba la puerta la abrió y pasé dentro de la habitación. A la derecha había una cama, a la izquierda un pequeño armario empotrado y frente a mí, una mesa y dos sillas, una a cada lado. Tomé asiento y saludé a Antonio, así se llamaba mi extraño amigo. Iba vestido con el pijama característico del hospital, tenía la cabeza inclinada hacia delante y los brazos caídos sobre la mesa. Aunque mantenía los ojos abiertos, parecía ausente. Quizá la medicación lo tenía aún sedado. Decidí contarle que unos días antes había estado en su casa para hablar con él, y que su mujer me informó que estaba enfermo. Le conté también que había empezado a escribir en forma de cuentos aquellas historias sobre los asombrosos seres que viven en el bosque, junto al río Majaceite. Le pregunté por los oscuros dibujos que había hecho en su casa y le enseñé el que me había regalado su mujer. Ni siquiera lo miró. Su mirada estaba completamente perdida. Guardé silencio durante un rato y lo observé. Todo estaba en silencio dentro de aquella habitación, sólo se escuchaba nuestra respiración. De repente un pequeño hilo de saliva salió de su boca y quedó colgando de su labio inferior. Fue entonces cuando decidí levantarme e irme de allí. Aquel hombre estaba completamente drogado. Crucé de nuevo el pasillo con una sensación de tristeza. Al salir a la calle, el viento y la lluvia me sacaron de mis pensamientos y me devolvieron al mundo real. Busqué mi coche y volví a casa. 
Al día siguiente, estaba aún trabajando, cuando sonó mi teléfono. Era la mujer de Antonio, al parecer la había llamado la doctora de su marido porque quería contactar conmigo. No me dijo el motivo, pero me dio un número de teléfono para que llamara en cuanto me fuese posible. No lo dudé y marqué aquel número enseguida. Al otro lado de la línea se encontraba la doctora María José Jarava. Me dijo que después de que yo me marchase del hospital, Antonio pidió al celador papel y lápiz. Durante horas estuvo dibujando. Era la primera reacción que había tenido desde su ingreso. La doctora me rogó que fuera de nuevo al hospital. 

Miguel Ángel Rincón Peña