7 abr 2010

OLVIDAR ES REPETIR

Todos los días, a la misma hora, bajaba al valle a visitar la tumba de su esposo. Estaba enterrado junto a unos viejos pinos. Había amontonadas unas piedras a modo de asiento y allí, se sentaba a diario María, a pensar, a recordar a su marido.
A veces, sus hijos también acompañaban a María al valle, portando en sus manos ramos de flores. En cuarenta años, María no faltó ni un sólo día a visitar la tumba de su marido, salvo por enfermedad o lluvia.

La historia de María y su marido Juan, se rompió cuando en el año 39, fue denunciado por algún vecino a la jefatura de La Falange. Una noche, un grupo de hombres sacó a Juan de su hogar con la excusa de llevárselo a un breve interrogatorio, pero ni María ni sus hijos supieron más del desafortunado Juan.
Al año, un vecino le confesó a María el lugar donde habían enterrado a Juan. Un pequeño valle a unos kilómetros del pueblo. En la misma fosa, se hallaban los cuerpos de algunos hombres que como Juan, fueron sacados de sus casas y pasados por las armas.
María, desde aquel fatídico año, perdió para siempre la sonrisa y se fue haciendo vieja prematuramente. Ella también sufrió la represalia de los ganadores de una guerra injusta (como todas), y fue torturada en los calabozos de la capital, incluso después de concluir la contienda.
Aunque entristecida y envejecida, nunca agachó la cara y luchó como pudo para sacar a sus tres hijos adelante. Ella se ocupó de que sus hijos no olvidaran la figura de su padre, les enseñó a ser hombres libres y a pensar como tales.

Esta mujer, y otras miles de ellas, fueron las que padecieron las miserias de criar a unos hijos sin padres, de sacar a flote una casa y una familia rota, mientras que sus maridos yacían enterrados como si fueran perros en las cunetas o en los valles de esta España nuestra.
Después de tantos años, de tantas luchas, de tantas lágrimas, aún siguen enterrados como animales hombres y mujeres que fueron torturados y finalmente asesinados por defender la libertad. Vaya como homenaje a esas personas anónimas esta humilde columna. Ya se sabe que “olvidar es repetir”. No los olvidemos.

Miguel Ángel Rincón Peña